Ese vacío.

asier
4 min readOct 19, 2022

Estoy tumbado en el lado izquierdo de la cama, ese es mi lado me dices siempre, no sé si por dejar claros ciertos territorios o por tu obsesiva manía de querer ordenarlo todo, mientras miro sin pestañear el techo de la habitación. Por la ventana sin cortinas se cuelan los puntitos que proyecta el sol a través de la persiana y que desaparecen y vuelven a aparecer cada vez que un coche cruza la calle. Hace un calor horrible y aunque te he obligado a dormir la siesta ahora soy yo el que no puede dormir y cuento una y otra vez cada circulito del techo como si fuesen ovejitas que me tuviesen que ayudar a caer. Desde que te fuiste de Erasmus no consigo dormir más de cuatro o cinco horas al día.

Clara, te pregunto sin dejar de mirar el techo. Supongo que creo que si yo no duermo tu tampoco tienes derecho a dormir. Así soy a veces. Veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve y treinta. Acabo de contar treinta ovejitas al mismo ritmo que tu monótona respiración. Treinta como los años que cumplí el martes, treinta como los minutos que estuvimos besándonos el otro día antes de hacer el amor y treinta como los meses que, según tú, llevamos juntos. Clara, pero no despiertas, y pienso si realmente quiero que lo hagas. Giro la cabeza y te miro, tus pequeñas montañas se unen y se separan ligeramente con cada respiración y una punzada que realmente merezco me cruza el pecho, me castiga por pensar esas cosas, cosas que no debería pensar nadie. Soy un cobarde y me imagino cualquier cosa con tal de no enfrentarme al hecho de que tengo que hablar contigo. El reloj de mesilla que compramos en el chino proyecta las dieciocho y dieciocho en el techo. Se proyecta todo en este techo menos la solución a mis problemas.

- ¿No duermes? — me preguntas.
- No puedo. — te contesto sin dejar de mirar el techo.
- ¿Por?
- No sé, supongo que he tomado demasiado café.
- Sí lo sabes.

Has abierto los ojos y noto como me clavas la mirada, este silencio ha despertado algo en ti que ya no te dejará volver a dormir. Dime, insistes, desde que he vuelto no eres el mismo, y sé que lo sabes. Me quedo callado, sin poder ni siquiera dirigirte la mirada, mientras los nervios no dejan de crecer dentro de mí.

- Alex, ¿qué pasa?
- El otro día mientras te esperaba en el aeropuerto estaba muy nervioso. Había algo en mí que me decía que tenía que estarlo, porque se suponía que tenía que estarlo. Porque tenía ganas de volver a verte y de estar contigo y supongo que es normal estar nervioso por eso.
- Sí, lo es.
- Pero luego, cuando te vi, todos los nervios desaparecieron de golpe. Me quedé muy tranquilo, notaba una especie de paz en mi interior.
- Bueno, eso es normal.
- No, no lo es.

Esta vez, en vez de girar solamente la cabeza, me giro el cuerpo entero, me pongo paralelo a ti y te miro directamente a los ojos, te debo esta clase de honestidad. La clase de honestidad que me dice que algo así lo tengo que expresar cara a cara, afrontando este grado de verdad.

- No lo es — te repito mientras con mi torpe mano izquierda te coloco el pelo detrás de la oreja en un gesto que, pensándolo bien, resulta terriblemente hipócrita por mi parte — no lo es porque no era una paz por verte, por verte por fin después de tanto tiempo.
- ¿No?
- Quería verte, no pienses que no, pero me sentí tranquilo porque justo en ese momento me di cuenta que ya no siento lo mismo por ti.
- ¿Qué? — te incorporas y te sientas en la cama.
- No — y me vuelvo a girar, vuelvo a penetrar el techo con la mirada, ese en donde la luz se vuelve más y más naranja cada vez — todo este tiempo sin ti ha sido muy duro. Me costó mucho cuando te fuiste, te eché muchísimo de menos.
- Yo también, pero ya estoy aquí.
- Poco a poco me di cuenta que ese sufrimiento no tenían ningún sentido, que igual estaba siendo demasiado dramático y que te habías ido de Erasmus y no al fin del mundo o bueno, tampoco es que te hubieses muerto.
- Hombre gracias.
- Y asumí que tu también tenías derecho a pasarlo bien en tu viaje, era algo que querías desde hacía mucho tiempo y yo no era nadie para robarte eso.

Me incorporo y me siento como tu, a lo indio, al otro lado, en un lado de la cama que ahora sí parece solo mío. Te intento coger la mano pero tu no me dejas, la apartas tan rápido que creo estar electrificado.

- Al principio te escribía mucho, quería saber qué hacías, qué veías y todo eso, pero poco a poco me di cuenta que aquello solamente lo estaba haciendo porque era algo que tenía que hacer. No quería hacerlo. Deje de pensar en ti de esa manera y me acordaba de ti de vez en cuando. Te escribía como parte de un calendario, sintiéndome vacío. Pensaba que podía ser normal, la lejanía física es muy dura y asumía que estaba triste por no verte, por no tenerte cerca. Pero el problema no era ese, porque no sentía esa necesidad, ese querer. Sentía un vacío, una ausencia, la consecuencia lógica de haber dejado de sentir. Ya no te sentía igual, todo había cambiado. No era capaz de ver que el vacío era otro.

Esta vez me dejas quitarte una lagrima. No me quitas ojo y asumo que estas en shock, cosa que me parece lo más normal del mundo. También que no me hayas dicho nada, a mi me hubiese pasado lo mismo. Habría querido desaparecer, dejar de verte, escapar. El silencio es, ahora mismo, una losa gigante.

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