Entre marzo de dos mil dieciocho y abril de dos mil diecinueve estuve trabajando en tres sitios diferentes más en el que estoy ahora, es decir, cuatro en total. Cuatro procesos de selección, cv’s, búsquedas, esperas, llamadas, emails (muchos emails) y mañanas destrozandome el estomago. Los nervios no le van bien a mi sistema gástrico.
Aunque había conocido lo que era trabajar para otro, el mundo laboral, los horarios e incluso trabajar para uno mismo, ese maravilloso mundo del autónomo, nunca había sabido, ni sentido, tan intensamente lo que era la precariedad laboral. Desde pasar frío por la calle en una mierda de puerta fría hasta la gestión en el mundo hotelero cruzando media provincia con horarios de mierda hasta un jefe maltratador. Aquel año lo tuvo casi todo. Estabilidad y felicidad laboral no, pero el resto sí. Así es la vida.
En Supersaurio, sobre todo en la miseria (la que padece la protagonista al inicio), el sufrimiento, he encontrado un punto en común que me ha hecho conectar muchísimo. Es capaz, con una ironía y un humor cortante (me he reído muchas veces), de conectar con tantas y tantas generaciones escachadas que han sufrido y sufren, en y por el mundo laboral, que da hasta miedo que ese mundo sea más normal de lo que nos gustaría.
Retrata muy bien esa doble voz que ocultamos y obligamos a no salir y que consiste en contraponer el mensaje aplastante, y constante, del capitalismo. Que cada día, el imbecil de tu jefe, te recuerda y te vocifera a la cara, mientras tú lo único que piensas e imaginas es en coger el teclado del ordenador y jugar al tenis con su cabeza. Lo he pensado y soñado cada día durante seis meses. Solo espero que la vida no le vaya bien ahora ni nunca.
En la última parte del libro dice: “Quizás ese sea el secreto: volverse impermeable, de piedra, casi inhumano. No le digo que estoy harta de que a unos nos haya tocado sobrellevar y resistir frente a otros a los que les ha tocado pasar por nosotros como si fuesen auténticas bulldozers.” ¿Tenemos, por un mísero sueldo, que volvernos unos robots inhumanos que sufren y aguantan todo absolutamente todo por un trabajo de mierda?
Pero no todo es horrible. También hay amistad, familia, amor. Amor por las pequeñas grandes cosas de la vida, las tan denostadas islas, la familia, los amigos, el café y los atardeceres llenos de colores. El otro amor, ese que también nos destroza el estómago. Hay sinceridad, honestidad. Una verdad que construye un nexo de unión con muchas generaciones que sueñan y quieren crecer. Que quieren construir un futuro, su futuro. Que lo único que quieren es un espacio, un hueco, una migaja para ser felices. Sonreír con un “el cielo se tiñe de rosa, de naranja, de morado, de azul oscuro”, y con nada más. A veces no hace falta nada más.